El porvenir
era el deseo infinito
de nuestras uñas
en las primeras horas,
cuando nuestras voces
se estremecían
en un parpadeo insigne
rebelde al horror.
Adoré
cada hebra de tu cuerpo
aquel domingo de otoño
en que mi voluntad
cedió a tu boca
expectante de abismos
y de infiernos.
Hoy el dolor
no es más que la certeza
de haberme convertido
en alfiler
en medio del diluvio.
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