domingo, 10 de octubre de 2010

Hay una noche, un tiempo hueco, sin testigos, una noche de uñas y silencio, páramo sin orillas,isla de yelo entre los días; una noche sin nadie sino su soledad multiplicada.
Se regresa de unos labios nocturnos, fluviales, lentas orillas de coral y savia, de un deseo, erguido como la flor bajo la lluvia, insomne collar de fuego al cuello de la noche, o se regresa de uno mismo a uno mismo, y entre espejos impávidos un rostro me repite a mi rostro, un rostro que enmascara a mi rostro.
Frente a los juegos fatuos del espejo mi ser es pira y es ceniza, respira y es ceniza, y ardo y me quemo y resplandezco y miento un yo que empuña, muerto, una daga de humo que le finge la evidencia de sangre de la herida, y un yo, mi yo penúltimo, que sólo pide olvido, sombra, nada, final mentira que lo enciende y quema.
De una máscara a otra hay siempre un yo penúltimo que pide. Y me hundo en mí mismo y no me toco.

Octavio Paz