domingo, 17 de abril de 2011

"The man is just half himself; the other half is his expression"

Emerson

sábado, 16 de abril de 2011

La lectura consiste en ser el brazo
y ser el hacha y ser el cráneo que se parte;
la lectura es entregarse...
La verdad puede llegarnos por caminos tortuosos
llenos de misterio.

Coetzee

Meditaciones. Marco Aurelio.

"Nada nuevo; todo es habitual y efímero."

Estoy consciente de que, en un ámbito -el de los estudios literarios- en donde la hiperespecializazión está de moda, hacer una lectura de los escritos personales del último representante de la Edad de Oro del Imperio no tiene ningún sentido. Me encontré con Marco Aurelio mientras leía el Diálogo de la Dignidad del Hombre, de Fernán Pérez de Oliva, y creo que ha logrado en mí aquello que Kafka le escribía a su amigo Óskar Pollak en una carta: "Un libro debe ser un hacha que rompa el mar helado que habita en nuestros corazones". El tiempo, la muerte, la sinceridad con uno mismo, la melancolía. Éstos son tópicos que se repiten con frecuencia en la tradición literaria, pero el tono de Marco Aurelio no es el de alguien que escribe "fuera de sí", con objetividad, simplemente para exponer sus ideas. Él las padece; la suya es una escritura agónica, íntima. "Cómo en un instante desaparece todo: en el mundo, los cuerpos mismos, y en el tiempo, su memoria". Intenta aceptar, una y otra vez, que el tiempo se agota, que tenemos que vivir, que el universo es inmenso pero no por ello el rol del hombre carece de sentido. Pascal diría: "El hombre es una caña pensante"; Marco Aurelio:

"El tiempo de la vida humana, un punto; su sustancia, fluyente; su sensación, turbia; la composición del conjunto del cuerpo, fácilmente corruptible; su alma, una peonza; su fortuna, algo difícil de conjeturar; su fama, indescifrable. En pocas palabras, todo lo que pertenece al cuerpo, un río; sueño y vapor lo que es propio del alma; la vida, guerra y estancia en tierra extraña; la fama póstuma, olvido. ¿Qué, pues, puede darnos compañía? Única y exclusivamente la filosofía."



viernes, 1 de abril de 2011

Las horas de Richard Brown y Septimus Warren Smith

Las horas de Richard Brown y Septimus Warren Smith.

No se puede encontrar paz evitando la vida.

Virginia Woolf

“Deja de temer, dice el corazón en el cuerpo, deja de temer”, piensa Septimus Warren Smith, personaje de Mrs. Dalloway, en un momento de lucidez en que cree descubrir el significado del mundo. Richard Brown, reelaboración del personaje de Woolf en Las horas[1], es un poeta norteamericano enfermo de sida que se enfrenta a la misma problemática de Septimus y que en un acto de valentía decide, al igual que él, poner término a sus días. Ambos, poetas, visionarios y locos, son el punto clave para entender, no únicamente la novela, sino la vida en sí misma, como algo que cabe en un solo instante y por el cual es posible -e incluso necesario- morir.

El suicidio, tanto en la novela como en la adaptación cinematográfica, deja de ser visto como una tragedia, como un acto de cobardía, y se convierte en una condición necesaria para que los demás valoren la vida. Ésta le ha sido arrebatada a Septimus y a Richard por los doctores que se ocupan de su enfermedad pero la recuperarán al momento de tomar la decisión de morir, de arrojarse por la ventana para poder, al fin, mirar la vida de frente, encararla sin temor.

Los versos de Shakespeare “Fear no more the heat of the sun” encierran el misterio alrededor del cual giran tanto la novela como el largometraje. “No temer al sol” no implica únicamente no tener miedo de continuar con la vida personal, íntima, de cada uno, sino la posibilidad de realmente poder hacerlo independientemente de las restricciones externas –como las de los doctores- que lo impiden.

Se ve a los doctores como sinónimo de una humanidad inquisitoria que juzga a Septimus e intenta someterlo: “En resumen, la humana naturaleza le perseguía, el repulsivo bruto con los orificios de la nariz rojo sangre. Holmes le perseguía. Tan pronto uno tropieza, escribió Septimus al dorso de una postal, la naturaleza humana le persigue a uno.” (94) La sociedad que le rodea es la verdadera responsable de su locura. No el fantasma del amigo muerto, sino la tortura de tener que soportar a gente como Holmes y Bradshaw, que hacen imposible la vida. Está solo, pues ni siquiera Lucrezia, apegada siempre a las prescripciones de los médicos, es capaz de comprenderlo. “Le habían abandonado. El mundo entero clamaba: Mátate, mátate, mátate por nosotros.” (94) Tal como lo percibe Septimus, el mundo entero es incapaz de comprender pero se siente, al contrario, facultado para juzgar, aunque no lo haga correctamente. Éste le exige la muerte como una obligación, como una imposición ineludible, porque es necesario acabar con quienes son incapaces, como él, de adecuarse al mundo que la sociedad ha forjado.

Septimus, en la obra, piensa: “Sin embargo, el sol seguía calentando. Sin embargo, uno se adaptaba a la realidad. Sin embargo, la vida daba los días uno tras otro.” (68) Esta concepción del sol como algo que uno está obligado por fuerza a tolerar, sin posibilidad de escapatoria, es equiparable a la noción de vida que la humanidad ha construido y de la cual él desea desprenderse. “¡Cuánto odiaba Shakespeare a la humanidad, el ponerse prendas, el engendrar hijos, la sordidez de la boca y del vientre! […]. La clave secreta que cada generación pasa, disimuladamente, a la siguiente significa aborrecimiento, odio, desesperación” (90) Por ello, Septimus entiende la muerte como el modo de liberarse de estas imposiciones y, sobre todo, como una negación a perpetuar el sufrimiento que implica vivir en un mundo de “lujuriosos animales, que no tienen emociones duraderas, sino tan sólo caprichos y vanidades que ahora les llevan hacia un lado y luego hacia el otro.” (91)

Richard Brown, en Las horas, también decide enfrentarse a la vida que se le impone acabando con ella. Él, acostumbrado a vivir en la oscuridad de un departamento degradante, decide un día desprender las cortinas y mirar el sol. “Quería que entrara luz”, le dice a Clarissa antes de suicidarse. Su vida se ha reducido, debido a su enfermedad, al consumo de pastillas que le permiten tolerar las voces que lo acechan día tras día, a mirar lo que sucede del otro lado de la ventana y a las visitas de Clarissa. Richard, en realidad, tolera esa rutina sólo para satisfacerla a ella, pues su vida se encuentra atada a la de él.

Tanto Septimus como Richard logran con su muerte liberarse a sí mismos y liberar también a alguien que se aferra a ellos. Su muerte es un acto de valentía que implica, por una parte, la liberación de Clarissa y, por otra, la preservación en su memoria de “la mañana más común en la vida de cualquiera” en la que él llamó a Clarissa Vaughan “Mrs. Dalloway”, el momento de plenitud después del cual puede morir. Septimus también tiene, antes de morir, un momento de plenitud: Rezia y él riendo juntos a causa de un sombrero de paja. “Jamás se había sentido tan feliz!¡Nunca en la vida!” (141). Así, con su suicidio, Septimus impide que Bradshaw le arranque dicho momento que para él representa toda la vida.

En Las horas, el personaje de Virginia Woolf señala: “Es posible morir”. En la novela y en el filme se observa que es posible morir por sentir demasiado o por no sentir. Richard Brown siente todo lo que lo rodea, lo percibe, pero es incapaz de expresarlo:

“Quería escribir sobre todo. Todo lo que ocurre en un momento. Cómo lucían tus flores cuando las llevabas en tus brazos. Cómo huele esta toalla, cómo siente. Este hilo. Todos nuestros sentimientos, los tuyos y los míos. La historia de eso. Quiénes fuimos en un momento. Todo en el mundo. Todo mezclado. Todo está mezclado ahora. Y yo fallé. Fallé” (Las horas)

Richard es incapaz de expresar todo lo que siente, pero esa mañana en la playa que permanece en su memoria pudo compartir con Clarissa la plenitud de la vida en un solo instante. Septimus, por otra parte, no puede sentir. Pero no puede sentir porque se reconoce como un producto del mundo que lo rodea y porque ha sentido demasiado ya y no quiere seguir haciéndolo. La humanidad lo condena a la locura por no poder sentir dolor ante la muerte de Evans, por no poder adaptarse al esquema de “ser humano” que el mundo ha construido y que los doctores custodian con sus categorizaciones al tiempo que simplifican la complejidad de la vida. Porque la verdad es (dejemos que Rezia lo ignore) que los seres humanos carecen de bondad, de fe, de caridad, salvo en lo que sirve para aumentar el placer del momento.” (91)

Septimus Warren Smith, al igual que Richard Brown, ha librado una batalla. El primero como soldado en la guerra[2], el segundo como poeta que ejerce su vocación. Septimus ha peleado, ha visto morir gente frente a sus ojos y ya no desea vivir más. Richard, sin embargo, se mantiene con vida por Clarissa. Ambos han descubierto que el significado del mundo es el amor universal (146) y esto es algo que Clarissa Vaughan, al igual que Mrs. Dalloway, comprende en el filme: “Eso es lo que hacemos. Es lo que la gente hace. Están vivos el uno por el otro”. Pero Richard se da cuenta de que Clarissa Vaughan no puede amar a los demás en toda su plenitud, ni mucho menos sentirse libre, porque toda su vida se reduce a las visitas que le hace a él. Clarissa misma reconoce que, sin él, su vida es trivial. Todo lo demás es falso bienestar. Su relación con Sally, sus fiestas, incluso su hija, son sólo una forma de estar en el mundo sin vivir realmente. Por ello Richard debe morir, al igual que Septimus, para que Clarissa –tanto la del libro como la del largometraje- contemple su vida, la acepte y la enfrente. El suicidio de Septimus en la novela, provoca en Clarissa Dalloway una revelación: la vida está en todas partes, y nosotros estamos aquí. “Él se ha matado, pero nosotros continuamos vivos”. (182)

Richard Brown y Septimus Warren Smith conciben a la muerte como una forma de liberación. “No tenía miedo”, exclama Septimus antes de arrojarse por la ventana, mientras que Richard le confiesa a Clarissa: “No creo que dos personas puedan ser más felices de lo que fuimos nosotros”. La muerte es el momento culminante de la existencia, por ella se logra la comunión con los demás y gracias a ella se comprende el significado de la vida. Richard Brown y Septimus han comprendido esto, han alcanzado la plenitud antes de morir, deteniendo el tiempo para ellos en el momento más feliz de sus vidas, uno mientras ríe con su esposa y el otro mientras recuerda una mañana en la playa junto a Clarissa. En un último acto de valentía, imploran al mundo la comprensión de la vida y de la muerte, del amor y la locura. Ambos han enfrentado las horas.



[1] La película es una adaptación del libro de Michael Cunningham del mismo nombre. En ella se reflejan, alternativamente, las vidas de tres mujeres relacionadas con la novela Mrs. Dalloway: Virginia Woolf, la escritora del libro; Laura Brown, madre del poeta Richard, quien lo lee, y Clarissa Vaughan, una Mrs. Dalloway moderna.

[2] Septimus Warren Smith también era poeta antes de que iniciara la Guerra.